O quizá no mate, pero puede dejar unas secuelas terribles en las personas que la sufren. Las asociaciones de víctimas de este tipo de violencia piden un cambio en el Código Penal para endurecer las penas.
En una entrevista concedida a la revista de la Dirección General de Tráfico (DGT) en 2020, en plena pandemia del COVID-19, al ser preguntado por los fallecidos y heridos en las carreteras, el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, habló de violencia vial, en lugar de siniestralidad vial. “A mí me gusta hablar de violencia vial. Los heridos y fallecidos en el asfalto no son consecuencia del azar. Son consecuencia, en la mayoría de los casos, de imprudencias, pero evitables. No hay que dudar y hay que llamar a las cosas por su nombre”.
Lo que declaró el ministro tenía su lógica. El término siniestralidad implica un grado de accidentalidad que presupone la inevitabilidad del hecho, que es lo que niega Grande-Marlaska. Así pues, parte de un discurso que defiende, como nunca, la historia de las campañas de concienciación vial existentes, destinadas a concienciarnos a todos acerca de la responsabilidad que adquirimos al volante. La carretera es un espacio público, rodado, de convivencia.
Otros conceptos análogos al de violencia vial serían violencia vehicular o conducción agresiva. Esta conlleva un comportamiento anti-cívico (cuando no directamente delictivo) que puede tener consecuencias muy graves y que, en contextos urbanos, se puede apreciar con bastante frecuencia, precisamente por el estrés al que los urbanitas están sometidos cada día.
¿Cuáles serían los comportamientos “vialmente violentos”?
Las personas que, al volante, son capaces de perder el control sobre sí mismas y ejercer la violencia vial hacia otros, manifiestan estos detestables comportamientos de muchas maneras: desde tocar el claxon de manera reiterada y en lugares donde está prohibido a amenazar a otros conductores e incluso cometer agresiones. Frenadas, acelerones, gritos, gestos agresivos, persecuciones… es lo que nos podemos encontrar al enfrentarnos a esta clase de individuos.
La Asociación de Ayuda a los Afectados por Accidentes de Tráfico, junto con el Col·legi de Periodistes de Catalunya, editó en 2008 una serie de indicaciones para los medios de comunicación que partían del uso mismo del concepto violencia vial para hablar de las muertes en la carretera. Sugirieron usar siniestro por accidente, dado que el primer vocablo implicaba “mala intención”. Y lo hicieron en una época donde se pensaba que el término violencia vial era un eufemismo más al servicio del lenguaje políticamente correcto. Las víctimas no lo veían ni lo ven así, y poco a poco se han ido normalizando y ajustando conceptos. Y no ha pasado nada.
Las víctimas de violencia vial no solamente se circunscriben, cuando hay muertos o heridos graves, a las personas directamente afectadas: a los fallecidos, o a quienes han quedado perjudicados a nivel físico y psicológico. Están también las familias. Familiares de víctimas de violencia vial que han perdido la vida por la conducción temeraria y consumo de drogas o alcohol por parte de sus victimarios han llegado a entregar firmas al Congreso para endurecer el Código Penal. Ocurrió en septiembre del año pasado, tras una intensa recogida de firmas (hasta 650.000 llegaron a recabar).